Desde el año 2011, se han venido gestando iniciativas en búsqueda del mejoramiento del espacio público en la ciudad de Bogotá por parte de la Alcaldía Distrital, por medio de manifestaciones culturales desde lo que se ha denominado arte urbano.
Tras establecer los lineamientos que regirán estas prácticas por parte de los colectivos artísticos, las entidades encargadas y la administración distrital, fue posible empezar a experimentar la ciudad no sólo desde sus rasgos urbanos, sino desde la importancia iconográfica de su imagen. Al replantear el papel del ciudadano, los artistas, las entidades promotoras y la intervención por parte de los funcionarios de control policial, la recepción de estas actividades ha perdido el carácter delictivo y vandálico al que se asociaba anteriormente.
La Alcaldía de la capital colombiana designó a IDARTES (Instituto Distrital de las Artes) y SDCRD (Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte) a mediados de 2012 como las entidades encargadas de brindar el acompañamiento y promoción de estos programas, formulando políticas en donde dicho fenómeno artístico se reivindica como una práctica cultural y plástica que adopte un enfoque pedagógico, de fortalecimiento y entendimiento cívico.
Como resultado del anterior cuatrienio, el papel del graffiti y del arte urbano empezó a adoptar una participación cívica significativa, más allá de las referencias visuales que se desprendían de las relaciones espaciales y las pautas dentro de la ciudad. De esta manera, se reconfiguraron espacios de uso público para el goce de estas imágenes y el fortalecimiento de su función comunicativa, entre ellos las veredas, los parques, y espacios residuales. Por medio de intervenciones estratégicas, como la disposición de nuevo mobiliario y espacios de permanencia con presencia de vigilancia las 24 horas. Debido a esto fue posible dar mayor proximidad al transeúnte y vincular las actividades urbanas tanto cotidianas como turísticas a este fenómeno cultural.
Como mayor representante de este proceso de semiotización de la ciudad y sus formas de entretenimiento urbano, la Alcaldía Distrital formuló un Corredor Cultural por la Calle 26 que conecta el Aeropuerto El Dorado con el centro de Bogotá, más claramente partiendo del sector de pie de los Cerros orientales hasta la Carrera 30, en el tramo comprendido como Centro Internacional. Se pretende que esta manifestación plástica genere una importante contribución al espacio público de Bogotá. La revitalización de estos espacios entablará relaciones desde puntos estratégicos de la capital con el fin de desvirtuar límites culturales, sociales y físicos.
Este proyecto metropolitano parte de tres pilares que atienden al análisis funcional y pertinente sobre la apropiación de la Calle 26 como espacio público estructurante de la ciudad: la escala macro, los proyectos urbanos integrales y actividades cívico culturales. El proyecto estará coordinado por cinco colectivos artísticos: Bogotá Street Art, M30, 20.26 DC, Vértigo Grafiti y Bicromo, que bajo ciertas directrices fortalecerán la memoria urbana, la imagen de la ciudad y la creación de espacios significativos.
Como rescata Félix Duque en Arte Urbano y espacio público, el académico español Antoni Remesar plantea que "el arte público se comporta como un conjunto de las interacciones estéticas que interviniendo sobre el territorio desencadenan mecanismos sociales e individuales de aproximación del espacio que contribuyen a coproducir el sentido del lugar”. En el caso de esta icónica vía bogotana, el papel de la configuración del espacio público dado principalmente por las culatas de las edificaciones perimetrales a la calle y ciertas proximidades con plazoletas, equipamientos culturales y laboratorios ciudadanos, encontró en el espacio público su área de incidencia inmediata. La calle 26 pasó de ser un sector con un reducido movimiento peatonal, a un escenario artístico que transforma la movilidad urbana en una experiencia de contemplación y goce.
Adicional a la intervención del interior de la vía, se destinó un circuito de ciclorrutas que contribuyen a su mejoramiento en términos de movilidad y propician diversas actividades para que los visitantes puedan hacer bici tours y disfrutar de los espacios dispuestos para la recreación pasiva y así contemplar las obras.
La condición efímera del arte urbano en Bogotá atribuye a los espacios un dinamismo experiencial, donde la intervención física y estética produce efectos en lo simbólico, desde el reconocimiento de una identidad, la construcción de una conciencia ciudadana y una imagen propia de la ciudad: la legibilidad del paisaje urbano. La vivencia cotidiana del transeúnte en el recorrido y la representación de la memoria visual urbana ayudan a constituir los diálogos de una ciudad que se va transformando.